El cuarto de arriba
Cada día
El taller permanecía en silencio a las afueras de la ciudad, un edificio largo y bajo donde el olor a aceite y pintura flotaba en el aire, el chasquido de las llaves y el silbido de los compresores se mezclaban con el timbre de los teléfonos.
En la oficina, Aleks estaba sentado en su escritorio escribiendo facturas con ese tipo de concentración que solo nace de la rutina. A su lado, Viktor se ocupaba de los correos electrónicos, las llamadas de los clientes y los anuncios en línea del taller: puertas, espejos, bombas de combustible, faros, todo lo que se pudiera atornillar a un coche.
“El cliente canceló otra vez”, murmuró Viktor mientras se desplazaba por la pantalla.
Aleks ni siquiera levantó la vista. “¿El mismo tipo?”
“El mismo.”
Viktor suspiró y se recostó en la silla. “¿No tienes a veces la sensación de que podríamos hacer algo… más grande?”
Aleks sonrió levemente. “Cada día.”
Así empezó, un pensamiento silencioso entre dos amigos, rodeados por el ruido de los motores de los clientes.
Después del horario laboral
Cuando el último empleado se había ido y el taller quedaba a oscuras, las luces de la oficina seguían encendidas. Entonces comenzaba su verdadero trabajo.
Aleks cerraba las cuentas del día mientras Viktor dibujaba nuevas ideas, nada relacionado con los coches, sino con la ropa. Una marca. Algo que llevara su nombre, sus valores, su historia.
No tenían experiencia en el mundo de la moda, ni contactos en el diseño, ni almacén, solo la creencia de que con suficiente perseverancia se puede crear algo desde la nada.
Los fines de semana se convirtieron en sesiones de trabajo. Pedían muestras de tela, comparaban materiales, investigaban proveedores. Sus mesas se llenaban de cuadernos, tazas de café y bocetos de ideas que algún día podrían hacerse realidad.
Y entonces llegó el cuarto.
El cuarto sobre la oficina
El dueño del taller lo había mencionado de pasada, un pequeño espacio arriba que nadie usaba ya. Polvoriento, con techo bajo y una única ventana con vista al estacionamiento.
No era gran cosa. Pero para Aleks y Viktor lo era todo.
Lo limpiaron, pintaron las paredes de blanco y subieron una pesada y vieja máquina de bordar Barudan que habían comprado de segunda mano, una bestia de los años noventa con perillas, palancas y cables, como si viniera de otra época.
“¿De verdad crees que esta cosa va a funcionar?”, preguntó Aleks.
Viktor sonrió y levantó el manual desgastado. “Funcionará. Algún día.”
Las noches se convirtieron en experimentos, horas dedicadas a aprender la tensión del hilo y la secuencia de colores, devolviendo la vida a la vieja máquina. Cuando por fin zumbó y empezó a bordar color en la tela, se quedaron uno al lado del otro, en silencio.
El logo tomó forma, claro, sencillo, suyo.
La chispa prende
Pasaron los meses. El cuarto sobre la oficina se llenó de rollos de tela, cajas y una silenciosa determinación. El olor a algodón reemplazó al aroma del aceite.
Una noche, bajo el suave zumbido de la máquina de bordar, doblaron su nuevo suéter, limpio, terminado. Aleks pasó la mano por el logo bordado.
“Empezamos esto justo encima del lugar donde antes vendíamos bujías”, dijo con una sonrisa cansada.
Viktor rió. “Parece que cambiamos la potencia por la artesanía.”
Miraron alrededor del pequeño cuarto, los hilos esparcidos, la máquina zumbando, las prendas cuidadosamente dobladas y apiladas, listas para enviar.
No era solo un lugar de trabajo. Era el sueño que habían construido por encima del ruido y la rutina de sus vidas diarias, un recordatorio de que el próximo capítulo a veces espera solo un piso más arriba.